Festejaron a la “Niña Blanca” en Acayucan
Sus seguidores mostraron su devoción en el marco de las festividades de todos los santos.
COATZACOALCOS, VER
En el municipio de Acayucan, se llevó a cabo un gran festejo para la “Santa Muerte”, cientos de fieles bailaron y bebieron con ella, llevando sus propias imágenes en Bulto; este culto ha ido dejando poco a poco la clandestinidad para apropiarse de espacios de la comunidad.
En la Cancha del Barrio Cruz Verde, se realizó un baile popular con la presencia de tres grupos locales, quienes animaron la festividad de la Santa muerte o la niña blanca, como la conocen en otros puntos.
Luego de haberse suspendido la festividad por la pandemia y por las propias críticas de parte de la sociedad, se retomó este festejo que busca conmemorar a esta deidad, la cual es el fin e inicio de la vida eterna, para todos los creyentes.
La Santera “Doña José” fue la que organizó el evento con apoyo de varias familias creyentes, quienes buscan rendirle tributo desde la luz y no en la clandestinidad como ha pasado en décadas anteriores.
Rechazó que el culto a la muerte tenga que ver con algo negativo, es una “transferencia” de la materia que todos los seres humanos van a pasar y ahora con la pandemia, hubo un incremento de creyentes.
En esa zona, se colocó el santuario de la Santa Muerte, que es un enorme altar con diferentes tamaños de la imagen en bulto, en los diferentes colores y simbolismos que existen; muchas de ellas se vistieron de color morado, que simboliza precisamente la preparación espiritual.
Cerca de cinco mil personas se congregaron en ese lugar llevar y bailaron con ella, mientras que otros bebían y comían las viandas que fueron preparadas para el festejo.
La santera rechazó que este festejo este peleado con la creencia de Dios, al contrario consideran que la Santa Muerte cumple una función señalada por él, por eso no tiene dolo contra ninguna persona.
El culto a la Santa Muerte, forma parte del sincretismo religioso de México y de acuerdo a diversos investigadores, se remonta a 1795, cuando los indígenas adoraban un esqueleto en un poblado del centro de México.